La Tuna y autoridades en la inauguración de nuestra Facultad en 1983

“Soy y seré tuno hasta la fosa, y dello no me apartarán ni la cátedra, ni los dineros, si vinieren, ni halagos de damas, ni señuelos de gloria, porque pienso que cualesquiera cosa que se haga, mejor se hará con un ejercicio del mester”.

Lo dice Emilio de la Cruz Aguilar, profesor de Derecho, ya jubilado, en su libro “Chronicas de la Tuna”, uno de los varios que dedicó a la descripción de las andanzas y vicisitudes de este engendro estudiantil, letrado y musicado, cuyo origen se confunde con el de la propia universidad. Porque la tuna nació con ésta y es consustancial a ella. Si la universidad desapareciera, desaparecería la tuna, pero si la tuna desaparece, probablemente también lo haga la universidad. De hecho, en algunos aspectos, la universidad ha evolucionado peor que la tuna. Pregúntenles a los anónimos cadáveres que se amontonaban hasta no hace mucho en las morgues de la Complutense. Aunque no les respondan, sus caras se lo dirán todo.

                        Cierto es que la universidad se ha extendido a todas las provincias y que el país se ha llenado de universitarios parados, trabajando en precario o colocados en empleos que no responden a su nivel formativo ni a la inversión realizada en ellos. Milagroso es, en verdad, que no haya miles de graduados pidiendo con las panderetas por las plazas de España, si bien sería una salida profesional que no desmerecería de muchas que se ensayan y pudiera ser que algún ministro pensara en este “parche” al tiempo que en otros. Sin embargo, la tuna mengua. Cada vez hay menos tunas y varias de las más tradicionales y ejemplares ha tiempo que no existen. ¿Debido, tal vez, a que la tuna se esté apartando de su espíritu universitario o, por el contrario, a que la universidad haya abandonado el suyo, que es en esencia el de la tuna?

La tuna y la universidad imprimen carácter, el mismo o siquiera caracteres complementarios el uno del otro, como tan resueltamente expresaba don Emilio en la frase citada al principio. Y el carácter, a la vez, hermana y distingue. El carácter es incompatible con la masificación y a la tuna se le hace cada vez más irrespirable el ambiente de una institución que pone en entredicho hasta la propia excelencia. Porque el tuno podrá ser mejor o peor estudiante, pero jamás dejará de respetar la alma máter universitaria. Tanto es así que el mismísimo himno de la universidad es una canción de la tuna. O digamos de los goliardos, que son esos tipos burlones y arriscados que vagabundeaban entre las “scholas” medievales y que constituyen el precedente sin solución de continuidad de los tunos. “Alegrémonos mientras seamos jóvenes, pues tras la jocosa juventud y la molesta vejez nos recibirá la tierra”. El “Gaudeamus igitur” no se aparta un ápice en su exordio de ese otro himno, también goliardo, que forma parte del “Carmina Burana” y que comienza así: “In taberna cuando sumus, non curamus quid sit humus”. Cuando estamos en la taberna no nos preocupamos de la tumba. Ambos son, sin duda, más próximos al ánimo tunante que al doctoral. Pongamos, por tanto, al “Gaudeamus” en el débito de la universidad, que no es poco, respecto a la tuna, aunque acaso se interprete en aquella de modo demasiado ritual y ajeno al sentido que sigue siendo vívido en esta. La tuna mantiene lo mejor de la universidad, la curiosidad insaciable de la juventud, el afán por conocer el mundo y la alegría de no importar tanto la meta como el camino. Como la universidad, la tuna no obedece estrictamente a objetivos, sino a principios, muere cuando quiere ser excesivamente práctica, no sobrevive sin la teoría, sin su literatura. En realidad, la universidad nace para darlo todo sin esperar nada a cambio. Es madre y maestra, pero no empresa donde medremos. Como la tuna, la universidad acoge, forma, beca y suelta. La universidad nos hace libres, como la tuna…

                        “Cualesquiera cosa que se haga, se hará mejor con un ejercicio del mester”, decíamos. Y es que la vida del estudiante universitario tiene el esquema de un camino iniciático en el que es necesario desorientarse un poco para encontrarse finalmente en plenitud, es decir, que la peripecia estudiantil debe equilibrarse entre la ciencia y la diversión, entre el rigor y la travesura, para que a la postre, desde la perspectiva de la senectud y de la carrera cumplida, no pueda ser considerada coja, desabrida de una parte que también y por igual fundamenta la experiencia humana.

                        Por eso la tuna es romántica y clásica a la par, la tuna es muchas cosas porque responde a muchos años, a muchas generaciones, a muchos libros, a muchos juegos, a muchos amores o desamores y a un mismo sentido de la vida: la juventud es corta pero la alegría de la juventud debe hacerse permanente. Hay muchas formas de disfrutar la juventud. Todas pasan por lo físico, pero no necesariamente por lo espiritual. La tuna -hemos dicho- imprime carácter a la juventud que la acepta y a través del negro terno y de la capa irisada de cintas de primavera, trasciende la monótona exigencia estudiantil de cada día hacia ese suceso intemporal e instantáneo donde la música -narración del todo en casi nada- te sugiere sin palabras o con las palabras justas que merece la pena vivir siquiera sea por ese instante y por su recuerdo.

                        La tuna nos hace recordar, efectivamente, pero no lo que fuimos, sino lo que quisimos ser. ¿A qué varón de entre nosotros no le hubiera gustado vestir como Alatriste, o como el Buscón, o como el caballero de la triste figura, o como el caballero de la mano en el pecho, o como Felipe II, sin la ostentosa maceta en la cabeza? ¿A qué varón de entre nosotros no le hubiese gustado formar entre los tercios del Siglo de Oro, ya sea en las escuadras de soldados o de vates? ¿A qué varón de entre nosotros no le hubiese gustado ser español por encima de todo y representarlo en el tiempo imperecedero de la historia, como si la vida fuese simultánea para lo que somos y para lo que fuimos? ¿Y a qué dama no le gustaría serlo siempre, doncella intacta mientras los eones, la música y las constelaciones pasan como si el firmamento no cambiase, porque de hecho nadie lo ha visto cambiar?…

                        Ellas y ellos cambian, nacen, se reproducen y mueren, pero no en el mundo de la tuna, donde todo es estampa extemporánea, virginal momento de una felicidad que sólo la juventud sabe atrapar en su plenitud, canción acaso repetida, como el trino de un pájaro del que no sabemos su razón, pero sospechamos su hermosura.

                        De ahí que las relaciones entre la tuna y la población femenina, universitaria o no, hayan sido siempre inmejorables. El tuno responde a una tipología masculina irresistible para las mujeres. Es sentimental sin ser cansino, ligeramente pícaro, necesariamente simpático, tocado por el arte, estudiante a ratos, que se forma en la universidad sin aburrirse y que algún día -se sospecha, no sin razón- habrá de sentar la cabeza. Difícilmente puede encontrarse en conjunto un hombre más atractivo para una mujer. De ahí que los demás hombres los envidien e incluso pretendan exterminarlos más o menos simbólicamente: “Ningún tuno en el siglo veintiuno” o “no hay tuno presente sino yacente”, son lemas que habitualmente utiliza la progresía estudiantil, cansada de no comerse un rosco pese a sus batucadas reivindicativas, asumidas con toda probabilidad en un patético intento de emular groseramente a la tuna.

                        Cuándo en la actualidad todavía nos preguntamos si la igualdad existe y si el respeto por la mujeres es suficiente y hacemos estadísticas sobre sueldos y semejanzas en capacidad de corromperse de todos al alimón, no solemos reparar en ese momento perdido, donde lo políticamente correcto sobra, en el que un hombre, junto a otros como él, que comparten el mismo destino enamoradizo, natural en su edad -que es casi cualquier edad-, entona una serenata dirigida hacia un balcón aún vacío, quizá en una calle angosta como un pañuelo, que no es calle sino discreción, esperando que alguien se asome y ofrezca una sonrisa, un saludo y nada más, mientras se ruboriza por cuanto sabe que en ese instante su belleza es única y merecida por quien la proclama. Pueden llamarlo cursi, pero no lo llamen machista. Llamar machista a la tuna, tan de moda hoy, es no comprender nada, ni de letras, ni de músicas, ni de amores, ni de vida, ni de universidad…

                        Yo creo que el hombre cambia de verdad su destino animal cuando se despoja de su capa, la gira en contra de la rotación del planeta y la pone a los pies de una dama. Ya se que ir sin avenencia con las leyes de la física no trae nada bueno. ¿Pero acaso han hecho otra cosa los letrados que desde el principio de los tiempos sustituyeron esas leyes por otras morales con las que conducirnos civilizadamente?…

                        Y hablando de letrados, no es casualidad que celebremos hoy el treinta y cinco aniversario de la fundación de la Tuna de Derecho de Córdoba y que para ello estemos aquí reunidos -tal vez apiñados- en este salón de actos que tan gentilmente nos ha cedido el Rectorado de la Universidad.

                        Otras famosas ha habido en esta ciudad que aumentaron el crédito de nuestra oferta estudiantina. En la historia ya, debemos recordar a la muy cordobesa Tuna Universitaria del SEU, que en los años cincuenta -la época dorada de las tunas- realizó una gira triunfal por la Francia, emulando de manera notablemente más pacífica, el Camino Español de los Tercios. Incluso actuó expresamente para Gary Cooper en Antibes. Al comienzo de los sesenta la tuna del SEU culmina su prodigiosa biografía grabando un disco para Hipavox de tal calidad que se ha hecho merecedor de tres reediciones posteriores.

                        Entre las no tan gloriosas pero más contemporáneas, cabe destacar -con la nostalgia propia de nuestros años mozos- a la Tuna del Distrito Universitario de Córdoba, vivero de otras muchas, que trajo de la mano a la de Medicina, intercambiándose becas una y otra con auténtica familiaridad. También grabó su disco y tuvo el honor de asistir, en 1979, al I Certamen Internacional de Tunas, celebrado en Santiago de Compostela, y de rendir merecido homenaje a la obra y memoria de Pérez Lugín ante la Casa de la Troya.

                        Poco antes había nacido la Tuna de Peritos Industriales, que luego fue absorbida por la de Distrito, y años después la de Veterinaria, facultad que a la postre vería su propia estudiantina tras haber alimentado y dado cobijo a la segunda.

                        En el año ochenta aparece por fin en escena la Tuna de Derecho. No fue, por tanto, la primera, pero ha sido al cabo la más sólida, pues desde esa fecha ha desarrollado su actividad de manera ininterrumpida. Presentar esta continuidad no es fácil. Los cambios generacionales afectan a las organizaciones que se basan no sólo en una tradición sino también en los fuertes vínculos de amistad que genera el compartirla. Y no siempre estos vínculos se preservan en el tránsito de una veteranía a otra. Tal vez los novatos y pardillos no entiendan en ocasiones su condición ni esta haya sido correctamente planteada muchas veces por los veteranos. En el abuso sin justificación, en la broma sin talento, se han perdido acaso demasiadas vocaciones. Y quizá sea este uno de los puntos oscuros y criticables de la tuna que ni las negras capas pueden camuflar. Pero en Derecho han sabido construir con sus becas una delgada línea roja que los une a todos, desde José María Castilla, el más antiguo y primer jefe, hasta José Manuel Ruiz, el responsable actual, sin olvidar a las promociones intermedias, con su jefe José María Rodríguez Carretero.

                        Treinta y cinco años dan para mucho: certámenes, congresos, festivales, pasacalles, serenatas, rondas europeas, actuaciones televisivas e incluso la grabación de un disco que pasa por ser uno de los mejores que una tuna haya realizado. En este tiempo, la Tuna de Derecho de Córdoba ha estado presente en todo acto tunesco del que tengamos noticia y no ha faltado a convocatoria alguna realizada por esta universidad. Desde el año ochenta del pasado siglo une su destino al de la ciudad, participando intensamente en su vida social, pero también ha viajado lo suyo, por España y Europa, y cuando no existían los Erasmus. Los recuerdos y las anécdotas son, pues, innumerables y algunos imborrables.

                        De la época heroica cabe evocar la serenata ofrecida a la infanta Elena en la Casa Palacio de la condesa de Gramedo, frente a la iglesia de las Esclavas del Sagrado Corazón. Quedó tan complacida que no dudó en bailar posteriormente una sevillana con un tuno de grácil figura.

                        También Herbert von Karajan, el gran director de orquesta alemán, tuvo el detalle de saludar a los tunos cordobeses en la catedral de Salzburgo desde su atril, cuando los dejaron pasar probablemente porque estaban tocando en la puerta de la misma, con el consiguiente incordio para la feligresía.

                        Nada comparable a cuando, camino de Albufeira, conocieron a una americana que estudiaba cultura hispánica y se hicieron pasar por novilleros goyescos para impresionarla. Incluso le dieron un cursillo de tauromaquia rápida, ciñéndose el que hacía de toro muy cerca de su cintura. Parece ser que con éste llegó a vivir un tórrido romance, pero no es cuestión de comentarlo en público.

                        La verdad es que estaban ya curtidos, pues tiempo atrás se habían hermanado con un destacamento de la Legión camino de Murcia en el tren expreso , cuando casi todos eran “pardillos” y tuvieron que beberse 20.000 pesetas de las de entonces en el bar del tren.

                        Más miedo pasaron, no obstante, en Berlín, antes de la caída del Muro, al darse cuenta de que se habían introducido inopinadamente en la zona oriental y de que uno de los tunos, Paco Zurbano, iba sin foto en el carné de identidad porque su madre se lo había lavado con los pantalones. Cuénteselo a la “Stasi”. Doce horas pasaron en el infierno hasta que, previo pago a los guardias fronterizos, se les permitió regresar a la libertad por el oportuno checkpoint.

                        Menos peligroso pero igualmente notorio fue el día que entraron en la Plaza Mayor de Salamanca, durante un certamen, con trompetillas de plástico, haciendo de las bandurrias tambores, y seguidos por una paso de Semana Santa, sin imagen -para no herir sensibilidades- y encima de un camión, mientras un comando infiltrado entre el público les cantaba saetas. Fueron ovacionados por el respetable, pese a lo cual los descalificaron. Bien hicieron las autoridades, sin que hiciera mal la tuna.

                        Porque la tuna no es profesional, ni debe serlo. Puede que lo sean otros grupos, tales que fanfarrias, murgas o rondallas, pero la tuna no se compone con músicos ni buscavidas, sino con estudiantes de lo suyo, aficionados al buen vivir, que son o serán profesionales de latines, versos, números o bacterias, rara vez de canto o sones. El tuno persigue vivir la juventud de modo excelente, como aconseja la virtud universitaria, y esto requiere fiesta y canciones, osadía y gracia, burla e ingenio, galantería y deseo, que nada gusta el que nada prueba.

                        Por eso no es infrecuente que a la tuna no se le ponga siempre el santo de cara en sus intervenciones. ¿Qué, si no, decir de aquel inolvidable VIII Certamen Internacional de Tunas de 1984, celebrado en Córdoba sin que dejara de llover ni un instante en los tres días que duró el evento? Si bien corría un previsible abril, la tuna nunca ha tenido remilgos climatológicos, ni de otro tipo. Cuando se lanza, se lanza. Así que hubo que suspender los actos programados en el Teatro de la Axerquía, en la Cruz levantada al efecto en la Muralla y en la Plaza de Toros, con el consiguiente quebranto económico. Pero la tuna es pobre por naturaleza, y pedigüeña. De modo que con un poquito de aquí y otro de allá, gracias a la generosidad de las instituciones, fue subsanándose el entuerto. Pese al mal tiempo, el certamen tuvo un amplio eco en los medios de comunicación, siendo retransmitido en directo -lo que pudo salvarse de la naturaleza desencadenada- por el programa de radio “Popular, popular”, que dirigiera el entrañable Alejo García en la Cope. En todo caso, dos mil tunos deambularon por Córdoba en esos días, representantes de 120 tunas -muchas extranjeras- y algunos de sí mismos, puesto que unos trescientos aparecieron espontáneamente. No se conoce en la historia de las tunas de todo el mundo una participación semejante a la que nuestra ciudad acogió durante su inclemente certamen del 84.

                        Este es el año también de la destacada actuación de la tuna cordobesa en el programa “Gente Joven” de Televisión Española, con una memorable interpretación de “Violetas Imperiales” a cargo de Julio Montoro, uno de los caídos de esta hermandad. También faltan Pedro Luis Ibáñez y Miguel Marqués. Una voz, una bandurria y una guitarra, suficientes los tres para constituir una incipiente tuna en la Gloria.

                        De Julio, de su delicadeza, de su sensibilidad, de su hombría de bien, cuentan una deliciosa historia que sucedió en el metro de Berlín. Como buen tuno, era de natural enamoradizo y no pudo resistir el arrebato que le provocó una joven alemana que parecía meditar al fondo del vagón semivacío. Se levantó y dirigiéndose lentamente hacia ella comenzó a cantar “Tonigth”, la inolvidable canción de “West Side Story”. La chica quedó estupefacta al principio, no es normal que un tipo vestido de corral de comedias se te acerque en el suburbano y te diga: “Tú eres la única cosa que veré siempre en mis ojos”. Sin embargo, inició una sonrisa cuando le oyó frasear  que “durante todo el día había tenido la sensación de que -esa noche- ocurriría un milagro”. Puede que entonces ella pensara en unir su voz a la de él para darse cuenta juntos de que “en esa noche el mundo se llenaba de luz”, sólo porque ellos se tenían el uno al otro y “saltaban chispas” y “podían convertirlo en una estrella”…

                        Se fue pronto y rápido, de un infarto, a lo más alto, quizá con la Virgen de la Sierra, a quien la tuna había impuesto su primera Beca de Honor en agradecimiento al asilo que en los primeros andares le había dado la Peña Egabrense de Córdoba. Luego trasladó su tabernaria sede a El Barril, junto a la Puerta de Gallegos, donde D. José Jiménez, Pepe para los amigos, se convirtió en su entrañable mecenas, sin olvidar las copas nocturnas en el ya desaparecido y legendario «Aljibe«. Ensayaban en el sótano del Barril, comían sus suculentos guisos y trasegaban sus variados caldos, naturalmente de “gorra”, como corresponde a tunos serios y tradicionales, que nada tienen de “niños de papá”, incluso, puesto ya a ser “hada madrina”, les ayudo a sufragar los gastos de grabación de su impagable disco en los estudios de Sonisur de Montilla, bajo la dirección del imprescindible Rafael Lara. De aquel patrocinio, de aquella puntera empresa y de aquel experto músico salieron las impecables interpretaciones de “El Parque”, “Carnaval del 86”, “Granada”, “Las Cintas de mi Capa”, “Pepita Greus”, “El Borrachito”, “Violetas Imperiales”, “Estudiantina en tu Reja”, “Fonseca” y “La Célebre Pavana”.

                        Estos fueron los comienzos, después han venido tiempos también de gran altura, con una generación de “bachilleres de pupilos” que también sintieron la llamada de la Tuna,  pero necesitaríamos mucho papel para recordar las miles de anécdotas, viajes por medio mundo, primeros premios en los muchísimos certámenes que la Tuna de Derecho ha estado presente de manera ininterrumpida a lo largo de estos 35 años. Gracias a todos estos tunos, estamos aquí.

                        Escúchenlas de nuevo y retornen a sus tiempos estudiantiles. El mundo no envejece, sino que permanece joven, en tanto que somos capaces de amarlo hasta el final. Alegrémonos, pues, de que las tunas universitarias estén aquí, una vez más, para recordárnoslo.

¡Gaudeamus igitur!…

Javier Tafur Asensio
Lic. en Filosofía y Letras
Apasionado de la escritura
Columnista de ABC